viernes, 3 de junio de 2011

EL HOMBRE QUE QUERIA CONOCER LA LEY



He apostado un centinela ante la Ley. un hombre viene un día a verle y le pide permiso para entrar. Pero el centinela le dice que no puede dejarle entrar en aquel momento. El hombre reflexiona y pregunta entonces si podrá entrar más tarde.

"Es posible- dice el centinela-, pero no ahora." El centinela se retira de la puerta, abierta como siempre, y el hombre se inclina para mirar al interior. El centinela, viéndole obrar, se ríe y le dice: "Si tienes tantos deseos, trata de entrar a pesar de mi prohibición. Pero confieso que soy poderoso. Y no soy más que el último de los centinelas. A la entrada de cada sala encontrarás centinelas cada vez más poderosos;  ni siquiera yo puedo soportar su vista."
El hombre no había esperado tantas dificultades, había pensado que la Ley debía ser accesible a todo el mundo y en todo tiempo, pero ahora, observando mejor al centinela, su manto de pieles, su nariz puntiaguda y su larga barba negra tártara, se decidió a esperar, por lo menos hasta que se le permitiera entrar. El centinela le da un escabel y le hace esperar sentar junto a la puerta. Permanece allí durante largos años. Multiplica las tentativas para que se le permita entrar y fatiga al centinela con sus ruegos. El centinela le hace sufrir pequeños interrogatorios, le pregunta sobre su ciudad y sobre otros temas, pero sólo se trata de preguntas indiferentes como las que hacen los grandes señores, y para terminar le dice siempre que no puede dejarle entrar. El hombre, que se ha provisto abundantemente para su viaje con toda clase de provisiones, lo emplea todo, por precioso que sea, para sobornar al centinela. Y el centinela lo toma todo, pero le dice "Sólo acepto para que no puedas pensar que has descuidado algo"
Durante sus largos años de espera, el hombre no deja casi nunca de observar al centinela. Olvida a los otros guardianes, le parece que el primero es el único que le impide entrar en la Ley. Y maldice ruidosamente la crueldad del azar durante los primeros años; más tarde, al hacerse viejo, no hace más que gruñir. Vuelve a la infancia y como el curso de los largos años en que ha estudiado al centinela ha terminado por conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, pide a las mismas pulgas que le ayuden a doblegar al guardián. Finalmente, su vista se debilita y no sabe si la noche se hace verdaderamente a su alrededor o si le engañan los ojos.`Pero ahora discierne en la sombra el resplandor de una luz que brilla a través de las puertas de la Ley. Ya no le queda mucho tiempo de vida. Antes de su muerte,  todos los recuerdos vienen a agolparse en su memoria para plantearle una pregunta que no ha hecho todavía. Y no pudiendo erguir su cuerpo endurecido, hace señas al guardián para que se acerque. El guardián se ve obligado a inclinarse mucho a él, pues la diferencia de sus estaturas se ha modificado extremadamente.
- ¿Qué quieres saber todavía? Le pregunta. Eres insaciable.
- Si todo el mundo procura conocer la Ley- dice el hombre - ¿cómo es que desde hace tanto tiempo nadie más que yo te ha rogado que le dejes entrar?

El guardían ve  que el hombre está seguro de su fin y, para alcanzar a su timpano muerto, le ruge al oído:

- "Nadie más que tú tenía el derecho a entrar aquí, pues esta entrada está hecha sólo para ti; ahora me marcho y cierro."


El blog sin miedos

4 comentarios:

Unknown dijo...

me quedo sin palabras,¿no se supone que la ley está hecha al alcance todos?
un beso
Marian

Anónimo dijo...

El comentario me recuerda a Manetti parafraseando a Vasari

Pilar Abalorios dijo...

Esta puerta, tú puerta, este centinela, tú centinela...la ley a la que aspiras no es tú ley sino la suya.

Impactante entrada.

EL BLOG DE MARPIN Y LA RANA dijo...

Un placer saludarte, Mariam.
Anónimo. Nunca se sabe...
Apreciada amiga Pilar. Eres una mujer bastante observadora.
Un cordial saludo para ti.