Alguien, entonces, ha tenido la ocurrencia, acaso movido por la simple gula, de echar mano a cualquier trozo arrojado al fuego por otro individuo más desganado, y de llevarse ese trozo a la boca, hincándole el diente. Muchos, considerando el caso, han ideado que aquel resto de carne, impremeditadamente asado, había halagado el olfato del salvaje, y después, su paladar. Pudo ser así, aunque ello implique aventurados supuestos, pero en todo caso, algo encontró de bueno el hombre en aquella carne asada, seguramente más tierna que la ajena al fuego, acabando los hombres primitivos por apreciar todo lo que hoy apreciamos en un bistec a la plancha. Y así fué cómo apareció la cocina, el arte gastronómico, la culinaria.
El blog Sin Miedos y la Fisiología del Gusto
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