-Fiel- ¡Eh! ¡Amigo! ¿Adónde va usted?¿Al país celestial?
-Locuacidad-Sí, señor, allá me encamino.
Fiel- Allá vamos todos. ¿Por qué no viene usted con nosotros y gozaremos de su amable compañía?
Locuacidad- Con mucho gusto os acompañaré.
Fiel- Vamos, pues, juntos, y pasaremos nuestro tiempo hablando de cosas provechosas.
Locuacidad-Muy grato me es hablar de cosas buenas con vosotros o con otros cualesquiera, mucho me alegro de haberme encontrado con los que tienen afición a tan buena obra, porque, a la verdad, son pocos los que así emplean el tiempo de sus viajes; la mayor parte prefieren hablar de cosas fútiles, lo cual siempre me ha afligido mucho.
Fiel- Es en verdad muy lamentable, porque nada hay tan digno de ocupar nuestra lengua y nuestros labios como las cosas del Dios de los cielos.
Locuacidad- ¡Cuánto me agrada oír a usted de esta manera! Porque su lenguaje revela una profunda convicción. Es verdad: hay nada comparable con el placer y provecho que se saca de hablar de las cosas de Dios? Si el hombre gusta de las cosas maravillosas, por ejemplo, de la historia, de los misterios, milagros , prodigios y señales, ¿dónde pondrá hallar lectura tan deliciosa y tan dulcemente escrita como es las Sagradas Escrituras?
Fiel- Es mucha verdad; pero debemos siempre procurar provecho de nuestra conversación.
-Locuacidad- Eso mismo digo yo. Hablar de esas cosas es muy provechoso, porque por ahí puede llegar un hombre "y una mujer" al conocimiento de otras muchas, como son la vanidad de las cosas mundanas y el provecho de las celestiales...
-El Peregrino-
El blog sin miedos
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