A diferencia de los Nostradamus al uso, Orwell no se equivoca de año, todos los años son 1984 ya. El profeta laico, el augur, flota en la ambigúedad, se complace en el claroscuro de la palabra equivoca, en la imprecisión de la frase, en la alusión pálida. El profeta anuncia catastrofes y guerras, paces y ciclos de lucha, hambre y sociedades en reposo, y a veces en cataclismos finales. El augur nos dice que acaso sea lo que viene como lo que fue, y es que son los escritos de los adivinos como expresiones de sus temores ante fuerzas ocultas y exteriores. Escritos generados por miedos, para asustar. Es también, en su catastrofismo, la función del agorero anunciarnos males futuros, que en su horror hagan más llevadero el gris o triste hoy: son como una esperanza regresiva.
¿Cómo puede ser que un hombre como Orwell describa en 1948 una realidad de 1984 con una exactitud que parece más que novela de un informe sociológico?
El blog sin miedos
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